lunes, 13 de octubre de 2008

Trotamundos

Extraño mi ventana. Al abrir los ojos esperaría ver la luna que veía desde ella. No es que no tenga ventana, pero ésta solo se hace dueña del pavimento.
Es increíble como nos aferramos al lugar al que creemos pertenecer. El hombre sigue negándose a estar sólo… corrección: al hombre le sigue dando miedo enfrentarse a sí mismo, a sus temores, a sus vicios, a sus virtudes, a sus defectos, a sus reacciones, porque de ahí ya no hay nadie que te saque, ni nadie que te traiga de vuelta a la realidad, nadie que te retraiga de tus abstracciones o que se hunda en ellas contigo. Solamente tú.
Las lágrimas ya rodaron. Es de noche y voy caminando por el puente hasta llegar al viejo reloj. Me sorprende la simetría de la lámpara con la luna. Marca la hora: ocho menos diez. No sé que tan cierto sea, pero eso no importa ya.
Lo que importa es la pesadez con que me siento, que cae el cielo enterito sobre mí, que apenas lo puedo con los hombros, se me derrumba como si quisiera asfixiarme, como si fuera a tragarme, como si espesara según pasa el tiempo y me atrapara. Así, como queriéndome consumir.
Y yo sigo jadeante caminando, con la mirada bien perdida, con los pies sin rumbo obedientes al silencio.
Busco consuelo en los ancestros, en los sabios, en lo bello, en… ni siquiera sé en qué. Algo que me haga sentir menos vacía. Lo que no sabía todavía es que sin peso se puede volar más alto. No sabía que hacer conmigo, con esa libianez tan repentina, esa que tanto había soñado. No sabía que hacer con mis pies sin estar atados. Todavía no descubría la bomba que estaba apunto de detonar.
De la nada, no se por qué, un no se qué surgió. Tal vez yo; sí, seguramente fui yo. Decidí tumbarme los modismos, dejarme las costumbres, soltarme los engranes y andar de asueto. Tirarme sin cuerda al abismo y partir en tren sin ticket de regreso. Cambiar mi nacionalidad a trotamundos, y absorber todo lo que hay alrededor, ver y seguir creciendo ambiciosa, y seguir viendo y comprender y comprender. Conocerme ciegamente, conocerme a través de él, del universo del que formo parte y que me vio nacer. De saberme en las pupilas de todo lo existente y que se proyecten por las mías con igual. Desertora del peso y equipaje, holística la visión que voy a encaminar.
De repente me tenía a mí entre las manos, esfera que brillaba de cristal. Poseía nada, que no lo necesitaba. Pero no dejaba de brillar. Pasaron por mi memoria las escarchas de mi vida, fluían y como si quisiera borrarlas, erradicarlas y erradicarme yo del ficticio mundo las detoné. A contra reloj pasaron salvajemente, arrebatadas, poseídas, en un segundo que se hizo eterno, violeta, rojo, fuego… ¡Explosión!
Se esfumaron, se esfumaron dejando solamente el olor a humedad, a vejez que se guarda, que se bebe y se acaba, que muere para renacer.
Ahí estaba yo a las ocho menos nueve, sin nada que sostener. Con todo el mundo esperándome delante, y la mirada con ganas de vivir. Empecé, comencé de nuevo mi historia, mi vida, la que nunca terminaré de escribir… la realidad de pertenecer al todo que nos une, bajo la luna, que vuelve a ser mi pecho y las estrellas que ya conocen mi existencia.
Así soy yo ahora sin lugar, sin hogar mas que yo misma. ¿Y saben qué? No necesito más.

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