miércoles, 27 de agosto de 2008

Siempre de paso

Todo aquel que lea esto puede presumir de tener vida. No, no es una sentencia: En el mundo somos más de 6500 millones de habitantes viviendo (o sobreviviendo según sea el caso) y muy pocos le damos el valor que merece sin asumir que haya necesidad de tomarla tan en serio. La cosa es, que reducido es el número a comparación de quienes nos hemos hecho alguna pregunta respecto al valor más grande de la humanidad: la vida y por ende, el valor madre de todo lo que pueda surgir puesto que sin ella no gozaríamos ni de lo bueno ni lo malo que podamos ser o poseer.
Que si la vida es “la transición a la muerte”, “una guerra sin tregua, y morimos con las armas en las manos”, “no es nada, ciertamente, pero es divina”… ha sido siempre la víctima de nuestros agradecimientos y la culpable de nuestras desgracias. Placer para los hedonistas, sacrificio para los estoicos, reencarnación para los budistas, partera de los seres más despreciables de la humanidad para los pesimistas, el peor enemigo para los adolescentes, la creación y regalo más maravilloso de nuestro señor para los religiosos, la Madre Patria para los nacionalistas, fue y será una porquería para Enrique Santos, y sin embargo no deja de ser lo más maravilloso; y se seguirá escribiendo de ella, despotricando, amenazando o alabando mientras dure.
Ya antes los aztecas veneraban a sus dioses ofreciéndoles vidas y el deshonor más vergonzoso era pagado con la muerte; dicen que un tal Jesús ofreció la suya por los hombres. ¿Qué tanto valor puede tener esta cuestión para ser la recompensa mejor pagada o el castigo menos deseable? Y cuando se trata de darla, no hay poder más divino que éste ni alegría más envidiable que ver a alguien gozarla.
A mí la vida me ha sonreído y me ha dado la espalda muchas veces, me he enamorado, he sufrido, he llorado, he rezado y por que no decirlo, he estado dispuesta a renunciar a ella, a asesinarla… ¿ves alguna diferencia con la tuya?
“El pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso” y la vida también. Ciertamente el pensamiento se nos adelanta, no tiene límites más que los que nos otorgamos y es capaz de llegar a donde uno no podría ni con cinco vidas. Viaja y no se detiene incluso aunque nosotros intentáramos sabotearlo. Pareciera tener, irónicamente, vida propia. Va de un lado a otro sin pedir permiso, acariciado algún recuerdo, gritándonos la conciencia o exclamando un por qué. El hilo conductor sigue siendo transparente; una sola palabra, una sola idea, incluso un simple parpadear, un nuevo amanecer frente a nuestros ojos da pie constante al viajero inalcanzable y errante que nuestro pensamiento juega dentro del reloj que sigue contabilizando nuestra existencia. Hablando, parlando nuestro cerebro con nuestros sentidos, encaminando el pensamiento que se ha de vomitar ante la realidad. Así la vida va pasando, entre instantes y momentos que si no es el pensamiento será la realidad y ganancia sería que ambos convergieran y acentuar complicidad.
Es imposible pensar en la vida sin que aparezca fantasmal la señora muerte. No es un retrato aterrador para todos los vivientes, si es sin embargo lo que muchos aseguran lo único realmente constatable en esta carrera: su final. Pero no nos adelantemos.
Estamos viviendo todavía y hay que enfocarnos en ese punto.
El momento en donde respiramos por primera vez, o en el que anteriormente fuimos concebidos con singular alegría, placer o mero accidente no es más que nuestra primera huellita, la lucecita que amenaza con convertirse en hoguera y que luchará insaciablemente por llegar a hacerlo.
Con el tiempo nos damos cuenta que esto de vivir no es nada fácil y sin embargo ¡es lo más sencillo de la vida! Después de abrazarnos tiernamente con el pecho materno y la fortaleza de unas palmaditas de papá para asegurarnos el endurecimiento, la vida empieza a jugar con nuestras tiernas conciencias que van poco a poco, unas más prontas que otras, despegándose del vacío. Ahora sí, el mundo es tuyo. Sin embargo empieza a calarnos la piedrecita en el zapato y empezamos a notar a todos nuestros compatriotas en la humanidad luchando ante la misma causa: vivir.
¿¡Cuántas veces no se nos olvida que la tierra gira en un mismo sentido para todos!? Que si nuestro sufrimiento es grande, el de tu vecino puede ser peor. Y aún así seguimos embarrándonos la patente de la autenticidad y los descalabros los adoptamos como nuestros. Que ciertamente lo son, pero no hay que ser tan egoístas como para pensar que nuestro cráneo es el único de hueso.
Sin experiencia nos tiramos de lo alto y poco a poco vamos tomando vuelo y aleteando mientras logramos el control (lo que nos corresponda) de nuestro curso.
La vida es algo maravilloso porque aunque el sufrimiento lo padezcamos todos, siempre habrá alguien dispuesto a padecerlo con nosotros y así, cuando otro sea el que lo sufra nos tocará a nosotros regresarle a la humanidad lo que nos prestó.
Y en esa transición y en ese camino en el que estamos siempre de paso las alegrías son el motor vibrante que cascabelea, eso que siempre nos hará ver el cielo hermoso aunque se hunda entre las llamas, y las ganas de vivir y seguir asombrándonos con la belleza que la vida misma trae por ser vida, seguirá siendo el ideal a defender. Y es por eso que se vuelve tan maravillosa, porque nomás hay una y porque estaríamos dispuestos a lo que fuese por vivirla como queremos hacerlo. Es nuestra, nuestro lienzo a pintar, lo que nos pertenece aunque no sea para siempre y aunque no nos alcance, nuevamente para lo que nuestro pensamiento ya recorrió miles de veces.


“Así crecí volando, y volé tan deprisa que hasta mi propia sombra de vista me perdió; para borrar mis huellas destrocé mi camisa, confundí con estrellas las luces de neón”.

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