sábado, 3 de enero de 2009

No esta terminado pero necesitaba guardarlo

- ...No sé D...., estoy muy a gusto allá, me la paso a toda madre y desde el principio yo sabía que toda la gente que conociera allá iba a estar sólo por ese periodo, que no iba a pasar de ahí. Las relaciones son chidas, te la pasas muy bien, pero está ese ambiente en la atmósfera de aparente imposibilidad de "pertenencia" con una perfecta adaptación, como si todo fuera fugaz, sobreentendido, con mucha ligereza y poca relevancia...

Esta era yo, no quejándome pero sí como siempre melancólica, de la facilidad y aparente trivialidad de las relaciones (que no deja de ser agradable) en mi actual ciudad de residencia.

- La insoportable levedad del ser.- Dijo ella.

En ese momento me puse a recordar a Milan Kundera, a Teresa, a Tomás y a la irresistible Sabina... Los recordaba apenas pues hacía ya dos años que había sudado con ellos y padecido sus interminables celos, fluidos, pasiones y su carrera de pensamientos. Recordé a Sabina poniéndose el sombrero casi desnuda entre el espejo y las pupilas de Teresa; recordé la exquisitez de su cuerpo y las manos de Teresa estrujadas, mordiéndose las ganas. Pero apenas me trasladaba a los matices y a los brillos, a los cuerpos y a las heridas. Fue entonces cuando decidí que era tiempo de abrir de nuevo el cajón y sacudir eso tan preciado que comenzaba a colarse, muy subjetivamente, en mi realidad.
¿Peso o levedad? La misma cuestión que aturdió a Tomás empieza a sacudirme. Esa levedad en las relaciones, con el vaivén de situaciones tan ligeras, las palabras y los besos y las manos corriendo por los cuerpos. La facilidad con que las lenguas se entregan en las diferentes circunstancias no sólo acariciando con palabras, maldiciendo, mintiendo y deseando y al final nada se hace trascendente. Al final todo se queda encapsulado. La facilidad de abandonar todo eso sin culpa ni gloria también es muy atractiva. Hacer y deshacer por un instante sin peso sobre los hombros es un privilegio del que nadie puede negarse cuando se tiene la oportunidad; jugar a que no hay un mañana ni un a quién. A ser por un instante parte de todo pero sin amarrarnos a las raíces. Todo es ligereza, nada es trascendente pues todo vuela, no se amarra, no se siembra y sigue volando… todo se olvida. Todo lo que fue quedó en la lápida del segundo que lo dio por terminado. Entonces “somos libres” y nos alejamos volando hacia nuestra libertad y nuestra vida sin ataduras nos aleja de la tierra mientras el peso nos contrae hacia ella. Ay, ese peso del que tanto tratamos de deshacernos es nuestra ancla al mundo! La plenitud de sabernos vivos o el temor de creernos muertos. La terrenidad de nuestro cuerpo no pudo terminar con las ganas de volar de nuestras almas y siendo esta gas, por ley natural sucumbe y levita y se dirige hacia arriba.
Cuánta contradicción encierran los humanos y la guerra que le dejan a la conciencia, que entre más se tiene se vuelve más pesada y más nos sigue anclando.

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